martes, 19 de mayo de 2009

1984

Puede que George Orwell (antes de empezar permítanme decirles que si no han leído 1984 han aprendido a leer para nada) haya cometido apenas un pequeño (en proporción) error con las fechas, después de todo. Digamos unos 30 años. O menos.

Pensaba en eso después de leer esta nota en público.es, de la que transcribo (qué viejo suena eso. Corto y pego, digamos) el primer párrafo:

Hace 24 años, Ivana P. cometió un delito por el que fue condenada y posteriormente indultada. Sin embargo, esta madrileña aún está pagando aquella deuda. Los detalles de los hechos por los que la condenaron aparecen relatados en la web del BOE, y después han sido clasificados en Google, el buscador que utiliza más del 90% de los internautas españoles. Aunque esta mujer ha presentado varias reclamaciones, la web sigue trayendo al presente aquella historia de hace casi un cuarto de siglo.

Orwell imaginó un Gran Hermano omnipresente y controlador. Puede que el ¿futuro? sea apenas sutilmente diferente.

Si bien es cierto que la red nos ofrece anonimato no es menos cierto que la línea entre el espacio público y el privado es, en algunos casos, confusa (claro ejemplo: Facebook), y en otros difusa.

Dejemos por un momento de lado los casos en los que los problemas puedan adjudicarse a la torpeza o ignorancia del propio navegante afectado. Son cada vez más los registros públicos por naturaleza -tales como las sentencias de los jueces- fácilmente rastreables vía buscadores. Se va conformando, con el paso del tiempo, el avance de la digitalización de la información y su anexión a la red, un gran repositorio (internet, no Google) que todo lo recuerda y todo lo publica.

Somos (y seremos cada vez más) conscientes de que teniendo disponible una memoria tan poderosa se nos cobra caro hasta el más pequeño desliz. Podría ser en el fondo de una foto inocente tomada durante una salida y publicada en el perfil de una amistad donde la señora (futura ex) encuentre por casualidad al marido peligrosamente cerca de la (futura ex) mejor amiga… un par de años después del incidente inmortalizado en unos y ceros (que, imaginemos, no pasó de una indiscreción inducida por el alcohol).

Lo que hacemos en público es público. El marido de la historia anterior poco tiene que reclamarle a Facebook sobre la desgracia de su matrimonio. Poco -creo yo- tiene que reclamarle Ivana P. a Google o al BOE la distribución de información absolutamente correcta (y pública por naturaleza), por más que afecte su vida cotidiana.

Una línea difusa… ¿y lo que hacemos en privado y es ventilado por algún torpe, indiscreto o vengativo observador? Pregúntenle si no a… (no voy a volver a cometer la torpeza de escribir otra vez ese nombre, por más visitas que genere).

El hecho objetivo es que, en público o en privado, cada vez hay más ojos alrededor nuestro, inocentes o no. Ojos que no sólo ven sino que también recuerdan. El hecho objetivo es que esa información, una vez liberada, es muy difícil de destruir.

¿Llegaremos al punto en el que la amenaza de una exposición descontrolada pese lo suficiente como para reprimir hasta el más mínimo atisbo de cualquier conducta que pudiese calificarse negativamente en el presente o el futuro? ¿Llegaremos al punto de sentirnos siempre observados y continuamente juzgados por lo que hacemos y decimos y por lo que hicimos o dijimos? ¿Presos de por vida en nuestras propias palabras y acciones pasadas?

Orwell imaginó un Gran Hermano, pero parece ser que nadie puede controlar, encauzar o reprimir el flujo de información en la red. El archivo afecta tanto a gobernantes y empresarios poderosos como a ilustres desconocidos.

Así, Gran Hermano, el gran represor, lo conformamos todos al juzgar socialmente y tomar decisiones basadas en esa información. ¿Sufre Ivana P. las consecuencias de la publicación de una condena o el hecho -innegable- de que pocos avalan con hechos la opinión expresada de que quien ha cometido un crimen puede (y merece) pagar sus deudas y vivir una vida honrosa de allí en más? ¿El marido porque la mujer ha descubierto esa foto o la imposibilidad -de ambos- de reconstruir la relación luego de eso? ¿Sufre el joven por la aparición de una foto que lo muestra pasado de copas o por el prejuicio del empleador que infiere de ella que es una persona poco seria (y que opina que la competencia va de la mano de la seriedad)?

Si, como decía antes, errare humanum est, tal vez deberíamos preocuparnos menos por la disponibilidad de la información histórica acerca de grandes y pequeños errores y momentos poco afortunados que por la interpretación y el uso que cada quien hace de ella.

Si encontrar cierta información sobre una persona en la red nos parece escandaloso deberíamos pensar por qué, qué esperábamos encontrar, y qué nos dice el hecho de que la estemos buscando (y las decisiones que tomemos en base a ella) sobre nosotros mismos y nuestros propios prejuicios.

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