Los desarrolladores somos –¿hipótesis?- ante todo humanos, luego usuarios, luego desarrolladores.
Como humanos –entre otras cosas-, tendemos a sobrevalorar la propia experiencia. Por ejemplo, si el sistema que desarrollamos nos es fácil de utilizar solemos atribuirle esta característica obviando el hecho de que hemos aprendido a utilizarlo “desde atrás” (es decir, desde el código, el diseño o los requerimientos) y no “desde adelante” (desde la pantalla, los manuales o la capacitación). Para cuando nos enfrentamos a la pantalla de inicio ya sabemos casi de memoria todo lo que sigue. Abstraerse de este conocimiento es –por más que me juren y recontrajuren- imposible, y es por eso que nuestras pruebas y experiencias personales son bastante objetables como medida de lo que sucederá en el mundo real. Esto se aplica, con variaciones, tanto a desarrolladores como a analistas, testers, líderes de proyecto y a cualquiera implicado en el desarrollo de software (excepto, claro está, al cliente y al usuario).
Además de humanos –si es que damos por válida la hipótesis-, somos usuarios de sistemas de un determinado negocio: entornos de desarrollo, clientes de bases de datos, herramientas de diseño y documentación de requisitos, entre muchos otros, conforman el software de soporte al negocio del desarrollo de software. Negocio en el que estamos inmersos y que, como todos, tiene su paradigma establecido y materializado en la forma de determinados estándares: flujos de trabajo, herramientas visuales, disposición física de los objetos en una oficina… todo lo que nos rodea se deriva de éste en alguna medida.
La importancia de estos elementos –paradigma y estándares- que sobre el papel parecen un conjunto arbitrario de caprichos funcionales -¿por qué Ctrl+U y Ctrl+Shift+U? ¿Por qué un árbol y no una serie de listas encadenadas?- radica en que condicionan toda nuestra visión de la realidad (¡vaya si estamos condicionados por los paradigmas de nuestro negocio!). Los sistemas -si pretenden ser exitosos- deberán respetar –o revolucionar, pero esto es más difícil-, sobre todo en la interacción con sus usuarios, los paradigmas del negocio para el que fueron diseñados.
Como desarrolladores que somos –de eso sí estamos seguros- nos sería imposible, si estuviésemos librados a nuestro criterio, no aplicar el paradigma y los estándares propios del negocio al que pertenecemos –el desarrollo de software- a los sistemas que desarrollamos.
El problema es que, como establecimos más arriba, otros negocios o actividades tienen estándares y paradigmas diferentes. Internalizarlos es prácticamente imposible (deberíamos ser, por ejemplo, tan usuarios de distintos sistemas de gestión como lo somos de distintos entornos de desarrollo, tanto como lo es un empleado administrativo que ha transitado por diferentes empresas y puestos). Sólo podemos pretender, a lo más, conocerlos. Y para ello se requiere de una experiencia… “presencial”. Es la experiencia que trata de transmitir el analista funcional, el área comercial o quienquiera que tenga contacto directo con el cliente.
Pero un modelo mental es algo realmente difícil de describir, los estándares que se deriven de éste serán en su gran mayoría reglas y prácticas comunes y no estarán explicitadas en ningún lado. Es, en definitiva, difícil de transmitir. Por todo esto, cuantos más intermediarios haya entre aquellos que conocen a los clientes y usuarios y los desarrolladores, más probabilidades habrá de que nos apartemos del paradigma y los estándares a los que ellos están acostumbrados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario