El que los sistemas de transmisión de datos se han vuelto cada vez más veloces es un hecho obvio e indiscutible. Baste con recordar que hace escasos 15 años estábamos todos muy contentos con nuestros módems de 56K.
Esta velocidad de transmisión ha permitido enriquecer los mensajes llevándolos desde el texto puro a la multimedia y haciéndolos cada vez más disponibles. Cuando yo era chico (y no soy tan viejo) tener teléfono en casa era toda una novedad. Hoy prácticamente todos tenemos celulares.
Internet, si bien no está presente en todos los hogares y bolsillos es por lo menos de fácil acceso a través de distintos puntos de acceso a un precio razonable (locutorios, por ejemplo). Por ahora los abonos de acceso a través de la telefonía celular con tarifa plana (y razonable) son una utopía (hay que leer la letra chica), pero no faltará mucho para que se conviertan en parte de la vida cotidiana.
Una pequeña reflexión motivada por el comentario de Senior Manager en Los más rápidos. La entrada es apenas un video gracioso con algunos de los records “más rápidos”, lo importante es el comentario:
Ser el más rápido en "algo" seguro que algún mérito tiene. No obstante, y como contraste, he sentido una tendencia en la blogosfera que se inclina hacia el "slow motion" y que ya no la motiva la velocidad de la información... No sé si se deba al agotamiento digital u a otras razones, lo que si sé es que cada vez es más evidente. ¿lo has sentido tú?
SM
Tenemos cada vez más velocidad y disponibilidad de transmisión de datos. ¿Y de información?
Si estoy a punto de salir de casa y recibo un mensaje que dice que “está lloviendo en Buenos Aires” eso es información, ya que me mueve a tomar el paraguas antes de salir para no mojarme. Si ya estoy en la calle (mojándome) es apenas un dato que no aporta ningún conocimiento. Lo mismo si no estoy en Buenos Aires o si no planeo salir.
En pocas palabras, la información es un conjunto de datos relevante para quien lo posee. Un mensaje aporta una cantidad de conocimiento (dato) que puede ser medida objetivamente en un lugar y tiempo determinado: llueve, no llueve, la bolsa sube, la bolsa baja, salió tal producto al mercado, se descubrió tal cosa o se utilizó tal tecnología. Si aporta o no información dependerá de quién lo tenga entre manos, de sus motivaciones, objetivos y posibilidades en ese momento.
Una de las definiciones que recuerdo (y no recuerdo de quién) formalizaba diciendo (más o menos) que “la información es un conjunto de datos relevante para la toma de decisiones”. Es decir que un mensaje, un dato, es información si (y sólo) si motiva un cambio en el comportamiento de quien lo recibe.
Llevándolo a la vida cotidiana: uno se levanta a la mañana, lee el diario y encuentra allí un montón de mensajes, de datos. Si uno no lee el diario todos los días tal vez mira el noticiero del mediodía o de la tarde, y es más o menos lo mismo: una porción de estos mensajes será información para nosotros (es decir, inclinará la balanza en alguna decisión o motivará algún cambio en nuestra conducta): el estado del tiempo, determinadas noticias sobre economía, política, tecnología, algunos anuncios comerciales.
Agreguemos algunos diarios online, tal vez de otros países, algunos blogs generalistas y otros especialistas. Agregadores sociales, Menéame, Bitácoras. Agreguemos las actualizaciones de Facebook, LinkedIn, FriendFeed…
Una vuelta más de tuerca: convirtamos todo eso en un flujo continuo (streaming) que nos llegue al celular, la notebook o la netbook a través del e-mail, de Twitter o de un widget sobre el escritorio.
Sumémosle a esta marea una cuota de incertidumbre: no todos los mensajes son exactos, algunos son contradictorios, no todas las fuentes tienen la misma confiabilidad.
Imaginemos ahora que, a pesar del ruido, buena parte de todo eso es información, que es relevante para nuestras decisiones, que motiva o que debería motivar ciertos cambios en nuestra conducta, acciones, respuestas, llamados, más mensajes.
Es claro cómo podemos llegar rápidamente a la sobrecarga, a la saturación. La imposibilidad de procesar (filtrar, analizar, y actuar en consecuencia) lleva a la ansiedad, al estrés.
¿Dónde está el punto de inflexión? El modelo de “leo diarios y blogs y veo las noticias para para estar enterado de lo que sucede y ver cómo afecta a mi vida” tiene un límite, el límite del tiempo y atención que podemos dedicarle a filtrar y analizar un conjunto de mensajes en busca de aquellos que tengan cierta relevancia para nosotros.
Es una tentación interpretar automáticamente ese flujo continuo de datos como información ante la que uno debería reaccionar, en vez de buscar información para tomar decisiones de acuerdo a objetivos y motivaciones preexistentes… Una tentación de alguna manera inducida por los productores de esos mensajes, que compiten por nuestra atención e intentan desesperadamente que creamos que son relevantes (al fin y al cabo si creemos que son relevantes entonces son relevantes, puesto que todo este tema de la relevancia es, recordémoslo, subjetivo).
Cuando hay abundancia o saturación de mensajes -es el caso- el modelo colapsa, nosotros colapsamos.
Es necesario cambiar el enfoque: en vez de partir del conjunto de datos disponible (casi infinito) podríamos, por ejemplo, partir de nuestras necesidades, obligaciones o motivaciones. En vez de leer megabytes de mensajes por día, tendríamos que pensar “¿qué quiero/tengo que hacer? ¿qué necesito saber?” y buscar mensajes de acuerdo a ello. En vez de filtrar debemos buscar.
A mí me ha sucedido -y no creo que sea excepcional- en mis primeros contactos con la red y sobre todo con la “blogósfera”, que descubría un blog, luego otro y otro, que me llevaba a otro y luego a otro, a los agregadores, a Twitter… pretendía leer todo como si fuese un diario o un libro, pretendía filtrar todo aquello. Finalmente mis costumbres fueron cambiando y aquella marea de bytes se redujo a un par de blogs que sigo y leo cotidianamente, y que son separados de otro conjunto, bastante más grande, al que accedo cuando quiero leer o buscar sobre algún tema en particular.
Cerrando con el tema del “slow motion” y la motivación de la velocidad: sí, la tendencia (a ir más despacio, a leer menos, a estar menos conectado, a bajar el ritmo) es evidente. Creo que tiene que ver con el reflujo de una gran cantidad de personas que ha ingresado a “la red 2.0” con el modelo mental del diario y el noticiero y que, habiendo llegado a la saturación, sienten la necesidad de ir más despacio o, mejor dicho, de volver a controlar el tiempo y de no someterse al ritmo impuesto por una tecnología en continua aceleración.
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