Soy del tipo de desarrolladores que siempre trabajará en una empresa (nunca digas nunca jamás). Ése es el contexto que me gusta y en el que me siento cómodo: sistemas medianos más que grandes (pero no pequeños), trabajo en equipo, y ciertos temas que me serían una pesada carga ya resueltos: infraestructura, organización, insumos, administración, ventas, contacto con el cliente, esas cosas.
Sin embargo, he aprendido a ser crítico, muy crítico de las relaciones laborales. Entre compañeros de equipo, de trabajo, con dueños, jefes y subordinados, proveedores y clientes, y sus respectivos empleados. Todas. Por supuesto no siempre en voz alta, que tampoco es cuestión de andar metiendo cuchara en todo.
Crítico en el sentido de pensar en las idiosincracias, las falencias, los riesgos y los beneficios de esas relaciones. De poner todo el tiempo personas, situaciones y sentimientos al respecto en la balanza, verificando constantemente si me conviene o no, si quiero o estoy dispuesto a otra cosa, y analizando lo mismo en las personas que me rodean.
Creo haber encontrado una sola y sólo una norma absoluta, cuya aplicación es beneficiosa siempre, incluso cuando estamos en un entorno en el que no se la respeta: autocontrol y transparencia (¡son dos! ufa, una era mejor).
Autocontrol es, simplemente, no explotar, no actuar compulsivamente, no dejar de pensar, de medir, de valuar y evaluar absolutamente todo. Es llevar siempre cortas nuestras propias riendas... los que me conocen saben que por más que lo intento... bueh, uno hace lo que puede. Me ha servido siempre que he podido.
En la segunda me va mejor: transparencia. Si algo molesta, decirlo (vincularlo con la primera: no a cualquiera y de cualquier manera, evaluar), explicitarlo. Si algo deja de molestar, o se hace soportable, también. Dejar en claro cómo nos afectan las acciones de los demás, anunciar lo que vamos a hacer, hacernos previsibles.
Esta segunda puede desecharse si uno no tiene aires de ser una buena persona. Pero si uno tiene una conciencia y no le gusta que le moleste por las noches, es bueno seguirla. Contrariamente a lo que a veces se piensa, no nos pone en desventaja ante nadie.
Me gusta aplicar al trabajo la imagen de la autopista, que alguna vez desarrollé para el equipo de desarrollo: vamos todos por la misma autopista.
Algunos viajamos juntos, algunos queremos llegar al mismo destino, no necesariamente todos. Algunos van en ciclomotor y otros en un Mercedes. En un tramo acotado, todos deberíamos ir hacia la misma dirección.
Lo que es importante, como en la autopista, es no hacer maniobras bruscas o inesperadas. Si hay un choque algunos morirán, otros saldrán heridos y otros ilesos... pero independientemente de las consecuencias a nadie le conviene (como regla general).
Pero cada uno va como quiere y puede. Como en las autopistas, siempre hay un loco dando vueltas o jugando carreras, con mayor o menor suerte para él y para los demás.
Otra imagen o metáfora muy utilizada es la del barco: vamos todos en el mismo barco.
Es decir, somos un equipo, una tripulación. Nuestra suerte está estrechamente relacionada, viajamos con viento en popa, nos golpea la tormenta o nos hundimos todos juntos y por igual.
Cada uno se embarca y aporta sus conocimientos para llegar a destino (si es que lo hay) o navegar indefinidamente.
Es una linda imagen para tener en mente. Muy heroica en tiempos difíciles. Es una imagen que cada dueño o jefe gusta de ver en la cabeza de sus empleados. Es una imagen muy conveniente de tener en la cabeza de quien trabaja para nosotros.
Si todo va bien es una imagen que lo puede llevar a muy buen puerto, o que nos puede llevar a buen puerto. Siempre y cuando la tengan los demás, dándonos ventaja si no la tenemos nosotros.
Como en Matrix, hay situaciones que la rompen y nos devuelven a la realidad. Pero no a la cruda, dura, y horrible realidad. A la realidad, con todos sus blancos, negros y grises.
Esto se aplica en todos los niveles. Si lo vemos desde arriba, es ingenuo contar con que los empleados tienen un compromiso a toda prueba... de hecho lo es contar con que tienen algún compromiso. Ese compromiso hay que obtenerlo y mantenerlo negociando, dando y recibiendo, y el compromiso pasado no garantiza el futuro. De hecho ni siquiera la negociación lo garantiza. Cualquiera de las partes puede levantarse y abandonar la mesa sin previo aviso ni motivos ni explicaciones (una maniobra brusca, un volantazo), y es una situación a la que hay que arriesgarse o estar preparado.
Volviendo a la imagen del barco, es bueno que "hacia abajo" esté lo más difundida posible. Fomentándola (o creyendo en ella) el de arriba se lleva algunas piezas gratis...
...o una sorpresa. Es un certificado de defunción por adelantado apoyar demasiado un emprendimiento en una o varias personas, por más capaces que sean. Salvo que sea uno mismo, o personas con las que uno tiene un fuerte vínculo por fuera de lo laboral o profesional.
Visto desde abajo esa idea de "todos juntos remando para adelante" puede llevar a cumplir los objetivos grupales olvidando (o en contra de) los propios sólo para encontrarse de un día para el otro chapoteando entre las olas pensando en ese salvavidas que tan generosamente (o no, lo mismo da) ofrecimos en trueque (por un par de billetes que ahora flotan a nuestro alrededor, para más detalles).
Dependiendo de lo fuerte de la tormenta, en ese barco todos somos lastre, incluido el barco mismo.
Y sin ser tan drásticos (tal vez me entusiasmé un poco), puede llevar a negociar a menos o a no poner límite a lo negociable.
No es malo pensar: si me gano la lotería y me voy a recorrer el mundo ahora, ya mismo (digo, para desvincular estas preguntas de la idea de conflicto): ¿me iría conforme con lo que yo aporté en relación a lo que me pagaron? ¿si estuviera del otro lado del mostrador, también? La respuesta debería ser "sí", todo el tiempo, siempre. Está en cada uno responder esas preguntas y mantener la balanza nivelada, nadie lo va a hacer por nosotros.
¿Conclusión? Manejen con cuidado, y si alguien les dice de subirse a un barco síganle la corriente, pero tengan cuidado de comenzar a creer que el barco realmente está ahí.
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