martes, 10 de febrero de 2009

Frankenstein, el líder de proyecto (VII).

ATENCIÓN: ¡No sigas si no has leído la sexta parte! Y si no has leído nada empieza por el principio.


[Resumen: Después del fracaso de su sistema de control y de la retirada de uno de sus programadores Frankenstein se aboca sin éxito a la búsqueda de un reemplazante que cumpla con sus estándares, llegando a la conclusión de que no existe tal persona. Se dispone a crearlo y luego de dos años lo logra. Las primeras palabras de la criatura son “¿Donde está la lista de tareas?”]

El primer proyecto en el que participó la criatura fue el módulo de pago a proveedores de un ERP para una gran multinacional. Frankenstein, luego de elaborar la planificación del proyecto asignó “al nuevo” el módulo completo, ante la sorpresa de sus compañeros de equipo.

¿Te parece asignar todo el módulo a una sola persona? Trabajará aislado… encima es nuevo, recién empieza. ¿Qué pasa si se va, si se enferma, o si se retrasa demasiado? ¿Quién tendrá suficiente conocimiento del módulo como para sacar las papas del fuego en ese caso? ¿Quién hará el mantenimiento después?”

Pero Frankenstein sabía que “el nuevo” no se iría ni atrasaría ni se desmoralizaría ante el mantenimiento, por lo que insistió hasta que la asignación de tareas fue aprobada.

La joven promesa llegaba un poco antes que Frankenstein (exactamente 4 minutos y 23 segundos antes). Tenía la costumbre de esperar frente a la puerta mirando fijamente su reloj de pulsera hasta las 8.16. Luego se ponía en marcha (como despertando de un sueño profundo), llegando a su escritorio para presionar la primera tecla exactamente a las 8.30, hora oficial de entrada.

Normalmente completaba sus tareas a tiempo, pero si no lo hacía se quedaba hasta terminar con las asignaciones del día. Una vez lo encontraron temprano a la mañana, en la misma posición y con la misma ropa, los ojos rojos clavados en la pantalla. Un problema en la red de la empresa lo había retrasado, por lo que se había quedado programando toda la noche, y siguió durante todo el día.

Hablaba poco, aunque murmuraba frases sueltas mientras tipiaba. A veces se inclinaba sobre el monitor, la nariz rozando la pantalla. O se quedaba inmóvil durante varios minutos, las manos en reposo sobre el teclado y la vista fija al frente, hasta que comenzaba de nuevo.

Tipiaba a una velocidad constante e increíble durante varias horas seguidas. El programador de al lado pidió -por favor- que le dieran un teclado más silencioso, ya que el parejo trepidar de las teclas de su vecino le crispaba los nervios.

Era amable pero no socializaba ni ayudaba. Respondía siempre en forma seca, categórica, tajante, a veces sin siquiera detenerse. Ante cualquier cosa que representara una distracción afirmaba inevitablemente “No tengo tiempo asignado a eso.” y a veces -las menos- “Tal vez si hablas con Frankenstein él pueda indicarme que lo haga.”

Finalmente todos se acostumbraron a su no-presencia. Rara vez le hablaban. Nadie le pedía u ofrecía nada. Cada tanto, cuando el ruido empezaba a molestar, reemplazaban su teclado por uno nuevo.

Hasta que un día el murmullo apagado de las teclas cesó de repente. Por primera vez el programador apartó las manos del teclado. Permaneció con los brazos colgando inmóviles a los costados, la espalda recta y la vista clavada en la pantalla-. Estuvo así durante varias horas hasta que alguien se acercó.

-¿Te pasa algo?

-No.

-¿Por qué no estás trabajando?

-Terminé.

…continuará. Actualización: capítulo VIII.

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