Me ubico discretamente al lado del diablo, que es donde me gusta estar, y le susurro un par de cosas al oído.
“¿Te preocupa que tus empleados, subordinados, súbditos, estén perdiendo el tiempo en vez de trabajar? ¿Te preocupa que te estén tomando el pelo, vagueando mientras te jugás el puesto en cada proyecto del que sos, en última instancia, responsable? En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver pero pocos comprenden lo que ven”.
Sé que le preocupa. Por eso restringe, por ejemplo, el acceso a internet. No sea cosa que se la pasen navegando por allí en vez de trabajar. Hay mucho que hacer.
“Estás cometiendo un error –sigo-. Para perder el tiempo basta un jueguito, un solitario, un buscaminas, un café… No castigues nunca a la fiera que no puedas aniquilar. Y no podés aniquilar eso. En cambio… internet es algo que podés al menos controlar”.
Me mira, incrédulo.
“Sí, podés controlarlo, pero ni siquiera hace falta”.
Sonríe. No me cree.
“Es simple: dejá que hagan lo que quieran. Pero que a fin de mes cada uno de ellos reciba un reporte con los sitios que ha visitado y el tiempo que les ha dedicado. La liberalidad se devora a sí misma, pues a fuerza de ejercerse se agota”.
No entiende para qué, es un poco duro.
“No hace falta que controles –susurro- basta con que quede claro que, si hay problemas también habrá, por lo menos, un registro objetivo que indique el grado de… compromiso de cada uno”.
Hay gente que se abusa, dice.
Ingenuo. “Y tendrás pruebas para demostrarlo. ¿No es una buena excusa para tener a mano y tomar medidas en caso de que… ¿abusen? Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse”.
Ocupan un recurso que es necesario para las operaciones, dice.
“Vamos… asigná un ancho de banda fijo para las operaciones, dejálos que se maten entre ellos por las sobras”.
Que van a llenar de virus toda la empresa, dice.
“Nadie dice que tengas que dejar que instalen nada. Hablando de virus, ¿qué otras formas hay de que ingresen a la red? ¿estás ya controlando todas esas? ¿No son puertas más grandes y más abiertas?”
No quiere pensar en eso, le da escalofríos. Mejor así, retruca, que ni siquiera pueden ponerse a perder el tiempo.
“Entonces si hay un retraso no es culpa de ellos”, le digo. “Es culpa tuya”.
Ahora me presta atención.
“Internet sirve, les sirve… Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento”.
Levanta una ceja.
“Para que puedan hacer trámites y operaciones que de otra manera les insumirían más tiempo, tiempo de tu tiempo. Y se capacitarían solos sin que te cueste un centavo, y no habrían excusas para no saber hacer algo”.
Pero se la pasan hablando mal de la empresa, dice.
“Eso es inevitable, pueden hacerlo desde cualquier otro lado y en una forma mucho más anónima que desde aquí… ¿no es más fácil eliminar las razones de que lo hagan? ¿No mejoraría eso la imagen de la empresa? ¿La tuya? Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.
Sé que lo piensa…
"Es de gran importancia disfrazar las propias inclinaciones y desempeñar bien el papel del hipócrita", le digo, y me reconoce.
NOTA: A no rasgarse las vestiduras, que esto está bajo “humor”. El que no entienda el chiste que no se ría.
2 comentarios:
O sea... te sacaron internet, y ahora sangrás por la herida.
Ya ves (por la hora de este comentario) que no.
Lo mío es un apoyo desinteresado a la lucha de los desposeídos.
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