Las herramientas de comunicación han avanzado muchísimo, qué duda cabe. Es posible sentarse en el escritorio de la oficina desde casa de una forma razonablemente transparente utilizando una VPN, conversar con los demás miembros del equipo por chat, por voz o video a través de servicios que prácticamente todo el mundo utiliza de forma muy natural y cotidiana. Si pensamos en cómo este conjunto de tecnologías –de comunicación- ha impactado en la economía y las relaciones laborales veremos gran dificultad en imaginar en qué las transformará de aquí a 20 o 30 años.
En el rubro del desarrollo de software -integrado necesariamente por personas y empresas acostumbradas y abiertas a la tecnología- todos, en mayor o menor medida, utilizamos algunas herramientas de trabajo remoto. Aquellos con más experiencia recordarán con extrañeza los no tan lejanos tiempos en los que instalar, configurar, verificar un problema o arreglar una emergencia, eran todas tareas que implicaban moverse e ir a visitar al cliente.
De un tiempo a esta parte -apenas un par de años-, la “presencia virtual” se está extendiendo hacia dentro del equipo de desarrollo, al que siempre imaginamos como un montón de personas trabajando juntas en el mismo lugar. Si bien la imagen anterior sigue representando la norma, opciones de trabajo remoto comienzan a analizarse seriamente como una posibilidad por cada vez más organizaciones, y comienzan a configurarse otro tipo de equipos, a los que usualmente se nombra como equipos distribuidos.
Por otro lado, desde lo ágil siempre se ha dicho –y yo comparto- que la coordinación y comunicación es a la vez demasiado importante y demasiado compleja en el desarrollo de un producto de software, por lo que deberíamos optar, siempre que sea posible, por la forma más eficaz de coordinar y comunicar: cara a cara.
Debemos ser conscientes de que al utilizar estas nuevas tecnologías estamos, en mayor o menor medida, sub-optimizando la comunicación. Es una opción racional si -y sólo si- los beneficios superan el costo de esa sub-optimización. Es decir que si para una consultora argentina tener un cliente español no representa ninguna dificultad operativa seria, no por ello tiene sentido hacer una videoconferencia con otro cliente cuyas oficinas están a escasos 200 metros. Una software factory que alquile oficinas con espacio e infraestructura suficiente para todos sus empleados no se beneficiará de las posibilidades del trabajo remoto en tanto no reduzca el costo del alquiler o capitalice una mayor velocidad de respuesta como nuevos clientes o precios más altos en cada contrato, o en un aumento medible de la productividad.
Yendo un poco a lo personal, para los miembros de un equipo tener la posibilidad de trabajar remotamente implica libertad de horarios y –sobre todo- el aprovechamiento de esos momentos de inspiración o entusiasmo, esquivando la saturación. Si a uno se le ocurre una gran idea un domingo a la mañana y tiene ganas y tiempo de probarla lo antes posible, ¿por qué no? Si se nos hace cuesta arriba un lunes a la mañana o un viernes a la tarde y las fechas límite lo permiten, ¿no sería más productivo entrar tarde o irse temprano, descansar, distraerse, en vez de luchar por terminar algo que en otro momento de mayor motivación nos llevaría la mitad de tiempo?
Suena bien, pero tiene un límite. Recordemos los costos de los que hablábamos al principio: de poco servirá todo ese trabajo adelantado si la funcionalidad había cambiado (la cambió el analista trabajando tarde a la noche desde su casa) y el desarrollador no se enteró por no chequear el correo.
Sobrepasamos un límite cuando, más seguido que esporádicamente, unos quedan a la espera de poder comunicarse con otros y los horarios no coinciden y comienzan a aumentar los tiempos muertos. Desde lo personal, ese costo de la libertad puede pagarse en forma de constantes llamadas y comunicaciones disruptivas por temas laborales que impiden una desconexión completa.
Para complicar las cosas las personas son extremadamente diferentes en este sentido. Algunas preferirían trabajar todo el tiempo en forma remota y sin horarios y otros ir a la oficina con un horario fijo, salir y no ser molestados para nada hasta el día siguiente. ¿Entonces? Dependerá de cada equipo encontrar el punto justo en el que todos se sientan cómodos, lejos de los extremos del control estricto o de la amalgama entre vida personal y laboral.
Personalmente creo que las herramientas de trabajo virtual deberían estar disponibles para todos, sobre todo teniendo en cuenta que en general las empresas ya cuentan con el software necesario (o hay opciones gratuitas o de muy bajo costo) y que no deberían demandar mucha infraestructura adicional a la que una empresa suele tener sólo por estar en el rubro de sistemas. Pero que al mismo tiempo deben establecerse ciertas reglas. Un horario en el que todos deberían estar en el mismo lugar, ciertas reuniones a las que sea obligatorio asistir en persona, cierta flexibilidad diaria (2 o 3 horas en una jornada de 8), una cuota de horas a cumplir por mes, ese tipo de cosas.
Debemos, en definitiva, tratar estas herramientas como a todas las demás: por más casos de éxito que escuchemos, por más buzz que se haya generado alrededor de ella, tiene que ser adecuada para nosotros.
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